Percibimos el calor y el frío en diferentes grados en función de la calidad del flujo sanguíneo, nuestro sexo, la forma física, la edad, el metabolismo o el nivel de sueño; por ejemplo, cuando estamos fatigados somos más sensibles a los cambios de temperatura.
Existen varios tipos de receptores térmicos, localizados en la piel y las mucosas de nuestro cuerpo, que cubren un margen de temperaturas y son responsables de cómo experimentamos el calor moderado y el frío.